Distancia

«TRESCIENTOS kilómetros al norte de mi casa estuvo mi casa. Trescientos kilómetros hoy no son nada. Hora y media en AVE cuando lo pongan, cincuenta minutos en vuelo comercial. Sin embargo, la distancia es para mí insalvable. Puedo ir, en efecto, a ver dónde estuvo mi casa. Si quiero hacerlo, sólo tengo que llamar al inspector B, que montará de inmediato el dispositivo de seguridad. En el mismo aeropuerto me esperará un coche con dos o tres funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía, que me llevará a donde yo quiera. Por ejemplo, a visitar a mis padres. Mis padres viven a diez kilómetros del aeropuerto. Estos días pasados de Semana Santa habrían sido perfectos para visitar a mis padres. No los veo desde hace tres años, aunque sólo vivimos a trescientos kilómetros de distancia. El miércoles murió mi tía monja, en Alicante. Tenía ochenta y siete años, cuatro más que mi padre. Ahora, de los once hermanos que fueron, sólo quedan dos. Me habría gustado visitar, estos días, a mi padre, pero para qué voy a estropearles las vacaciones a dos o tres funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía.
Contaba con ver a mis padres dentro de un mes. Un departamento de la que fue mi universidad me había invitado a participar en un homenaje a un catedrático recientemente fallecido, que fue mi amigo mientras vivió. La que fue mi universidad está a tres kilómetros de la casa de mis padres. A los funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía que me habrían trasladado del aeropuerto a mi antigua universidad no les habría importado desviarse de la ruta establecida durante, digamos, media hora, para que yo pudiera visitar a mis padres, pero el departamento de mi antigua universidad que me había invitado ha decidido retirarme la invitación, y me lo han hecho saber con tiempo suficiente para que yo advierta al inspector B de que ese día, el del homenaje, no voy a necesitar los servicios de los funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía. Es un alivio. No me gusta molestar a la gente, y menos a los funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía. Además, mis antiguos colegas del departamento de mi antigua universidad que organiza el homenaje a mi antiguo amigo, el catedrático fallecido, me han tranquilizado. No me retiran la invitación porque me consideren persona no grata, sino tan sólo porque soy una persona molesta. Conflictiva. La prueba es que habría tenido que acudir al homenaje acompañado de dos o tres funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía.
Trescientos kilómetros al norte de donde vivo -es decir, donde estuvo mi casa-, no se puede guardar un minuto de silencio en un estadio de fútbol, como homenaje póstumo a un concejal asesinado por ETA, porque medio estadio abronca al otro medio, a los silenciosos, y vitorea a los asesinos. Medio estadio lleno de personas ni molestas ni conflictivas. El conflicto les es impuesto desde el Estado, como repetirán hoy sus líderes políticos en las celebraciones del Día de la Patria, Aberri Eguna en la jerga falsamente vernácula que aprenden los niños en las escuelas, trescientos kilómetros al norte de mi casa. El presidente del gobierno autónomo, del gobierno que manda en ese sitio donde estuvo mi casa, el presidente elegido por la mayoría de los ciudadanos de ese sitio donde tendrían que acompañarme a ver a mis padres dos o tres funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía, volverá hoy a plantear su propuesta para terminar con el conflicto. O sea, que la gente de ese sitio decida libremente qué relaciones quiere tener con el Estado que les impone el conflicto.
Trescientos kilómetros al norte de donde está mi casa, en el sitio donde estuvo mi casa, vive una mayoría de gente silenciosa, acobardada, proterva, embrutecida, dañina y además estéril en todos los sentidos de la palabra. Ni siquiera se reproduce. Y yo me planteo hoy qué relaciones quiero tener en el futuro con esa gente y con sus instituciones.»
JON JUARISTI
abc.es
23 de Marzo de 2008

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